Su reducido departamento nunca le dio el privilegio de albergar uno.
En una esquina estaba la cama, la otra daba al baño; un pequeño comedor con ventana ocupaba la tercera y la puerta era la única vía de salida.
También le hubiese gustado un pequeño balcón para deleitarse de la ciudad por la mañana a la par con su café. Pero sabía que no habría tiempo y ese momento nunca llegaría; que nunca podría ver la niebla esfumarse con el pasar de la gente, o arrojar accidentalmente retazos de comida a todo quien que se atreviera a insultarlo y agitar su puño en el aire con malicia: gajes del oficio.
¡Su refrigerador era incluso más basto que su habitación!
Y también lo usaba como mesita de noche, junto a su cama. Guardaba los libros en la planta baja junto a los vegetales para mantenerlos frescos. Una almohada que soportaba sus mordidas por cada reprimenda, y tres litros de Coca-cola para ahogar las penas.
En su armario vivía un gato, que se colaba a la hora del desayuno y dormía entre la ropa sucia hasta la del almuerzo: Regresaba a casa para la cena.
Tal vez debería pedirse un aumento en cualquiera de los dos trabajos o exigirse una mejor vivienda. También podría mudarse con quien siempre se lo había propuesto, pero sería complicado: Seguiría queriendo su piano.
Y no porque fuese un apasionado por la música o un simple melómano, no.
Simplemente porque asi tendría espacio para el televisor, o una buena mesa de trabajo. Asi no tendría que quedarse hasta altas horas de la noche en el pequeño Café, peleando con su dueño por lo desorganizado de su cubículo y su vejestorio de computador.
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